sábado, 28 de julio de 2012

Correr al lado del Mar

Nos tomamos un par de día con mi mujer,  y nos vinimos a "la feliz". Salimos el miércoles de Buenos Aires, en unas pocas horas llegamos a Mar del Plata, muy a pesar de la pésima señalización de velocidad que tiene la Ruta 2, desde hace tiempo convertida en autopista. Pasas de máxima 120 a máxima 40, así como si nada. Imposible respetar las señales. Si reducís la velocidad, los autos de atrás "te llevan puesto".

2012-07-26 11.02.59.jpgA la tarde caminamos unos 6 kilómetros, bajamos a la rambla o le dimos parejo por la costanera o el Torreón, como es conocida. A la noche fuimos a cenar a "Lo de Tata", en Avellaneda y La Rioja. Comimos Corbina negra acompañada de una Tortilla Vieira, antes nos habíamos clavado un cinzano con fernet. El dueño del restaurante, al salir nos saludó muy atentamente. No dejen de ir por ahí si andan por "Mardel". Al otro día, la mañana del jueves, me di un super gusto. Salí a correr por la rambla. Venía en bajada y en subida, hacía -1° o 1 grado bajo cero, como suelen decir. El viento pegaba de atrás, si bien era frio, facilitaba las cosas... hice mi kilómetro más rápido desde que tengo ese sincronizador de entrenamientos: 3.03 minutos por km. Obviamente, el viento y en bajada ayudaban. No es facil reducir en 2 minutos el tiempo para realizar un kilómetro. Corrí 5 kilómetros y paré a tomar esta foto, me di vuelta y tomé otra típica del Hotel Provincial y el Casino. Mar del Plata me fascina en invierno. A quien no, verdad? Es algo muy común, que ciudades tan grandes, tan espectaculares, sean mejores cuando hay poca gente. Pasa con Buenos Aires en verano. Luego seguí corriendo rumbo al Hotel Provincial, di  vuelta por el Casino, rodié las estatuas de los lobos marinos y regresé a este mismo punto. En total hice unos 3 kilómetros adicionales a los 5 anteriores. Me di un super gusto correr por esa costanera, con el mar al lado, con el famoso "viento de cola" y esa imponente ciudad con sus edificios mirando al mar.
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martes, 17 de julio de 2012

De regreso al hipódromo

A fines del 2006, precisamente el 19 de diciembre de ese año, nos mudamos a una casa en Martínez-Acassuso, a unos metros del hipódromo de San Isidro, al norte de la ciudad de Buenos Aires, del lado de provincia. Fue ahí que comencé a correr distancias más largas. Comencé haciendo el largo de esa especie de bosque que está sobre la calle Dardo Rocha, que va de Fleming a la Avenida Santa Fe, bajo unos pinos, eucaliptos y plátanos. Me encanta sudar, y quedar bien mojado. De modo que en diciembre, la temperatura es ideal para quedar empapado. Así que para ese diciembre, decidí salir con joggins de algodón fuera de moda que regresaban pasados por agua. En cierta forma, comencé a sentir que había regresado a mi lugar, a mi barrio, a mis sensaciones. Mi adolescencia tuvo mucho que ver con este lugar. El Hipódromo guardaba muchos secretos que no imaginé que todavía estaban ahí. Será por eso que no paré de correr desde entonces. Había troncos de viejos arboles que todavían tenían el hueco donde escondí, allá por el 88 o por el 89, algún que otro secreto.


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Al tiempo comencé a dar la vuelta al hipódromo. Dardo Rocha, Avenida Santa Fé hasta el cruce con Avenida Marzquez, luego una recta en subida leve y luego en bajada hasta Fleming, y ahí un largo recto hasta Dardo Rocha nuevamente. Todo eso son unos 5.16 kilómetros. En verano está lleno de gente. Mujeres hermosas, como las sanisidrenses no hay en ningún lugar, no vi en México, no las ví en españa, no las ví en Moscu, no las vi en Ann Arbor. Diría, además, que el 80% de las señoras y jovencitas de mi barrio corren... y ahí, en ese lugar, corren todas. Creo que eso también ayudó a mejorar mi velocidad con el tiempo, y aumentar la distancia recorrida.

jueves, 12 de julio de 2012

Parque Vucetich

Cuando regresé a Argentina, el 22 de agosto de 2006, luego de estar exactamente 9 años en el exterior, afuera, en otro país, o como prefieran, me instalé en la ciudad de La Plata, a pocos metros de una zona perfecta para correr. Mi suegro nos prestó un departamento en la diagonal 75, entre 54 y 55. Nos quedaríamos en el departamento mientras buscábamos casa y consiguiéramos donde instalarnos, preferentemente en alguna zona cercana a Buenos Aires. 

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A unos metros del departamento de la diagonal 75 está un parque acondicionado como circuito para hacer "footing" que los lugareños llaman "Parque San Martín", pero que todos los mapas --y un cartel de la mismísima plaza-- la nombran como "Parque Vucetich". No había día que, mi suegra y mi mujer, me discutieran el nombre del parque. Ese "hallazgo"  se dio mientras corría alrededor de la Plaza. 


Comencé con unas dos vueltas, y luego fui aumentando las vueltas a la plaza. Mis hijas eran pequeñas, y recuerdo que venían a verme dar vueltas mientras jugaban en los toboganes y pasamanos del "Parque Vucetich". Aun hoy, a pesar de que el nombre oficial es Vucetich, los platenses que conozco lo llaman San Martín. Es curioso como pasa eso con los lugares y las calles. En  Buenos Aires hay gente que todavía llama Caning a Scalabrini Ortiz, y lo mismo pasa con Cangallo y Perón, y así con muchas calles y sitios.


Me gustaba correr por ese parque. Me iba sintiendo, lentamente, platense. Corría por las tardes, entre las 6 y las 7 de la tarde. Con la llegada de la primavera el horario se fue corriendo más hacia la noche. Recuerdo una noche en que me costaba conciliar mucho el sueño, calculo que por el shock del arribo y la sensación y el miedo de haber tomado la decisión incorrecta de regresar, salí a correr para calmar la ansiedad y poder dormir. La Plata es la ciudad perfecta en distancias y espacios verdes, pero me sentía solo. Creo que correr me ayudaba a transformar la soledad en energía y sudor. Mi cabeza no dejaba de planear hacia el futuro y simular hacia el pasado. Ese maldito juego de retroceder al punto anterior de una decisión importante y simular otro recorrido cambiando la decisión. Me aturdía la idea de estar desperdiciando el tiempo... me sentía abandonado por mi mismo. Correr me liberaba, me aflojaba, me calmaba, me cansaba y me permitía dormir un poco más en paz. 

Venciendo un límite

Hace poco una doctoranda de la Di Tella me pidió una entrevista para hablar de su tesis. Como no me gusta ir o entrar al centro de Buenos Aires, le pedí que se acercara al norte de la ciudad. Lo más al norte que pudiera. Como ella era la interesada, aceptó muy cordialmente. Nos reunimos a unos metros del límite entre Buenos Aires Ciudad y Provincia, sobre avenida del Libertador. Quedamos en vernos en el Starbucks que está en la esquina del club Defensores de Belgrano, a unos 10 metros de la ex-ESMA. Hablamos de su tesis.

Luego la conversación giró hacia temas cotidianos, triviales. Hacia esos temas que cada vez con más fuerza me resultan más interesantes que los temas académicos. No se, debo estar haciendo un balance inconsciente de qué cosas valen la pena y qué no. Lo dejo para otro momento. Entre esos temas que tocamos, le comenté que los viernes los dedicaba a correr. Comenté muy presumido que desde hace tiempo que corro, pero que no pasaba de 5 km en cada salida. Eso si, con buenos tiempos que oscilan según la hora, la temperatura y la frecuencia, entre 27 minutos y 33 minutos.  Por suerte o casualidad, mi interlocutora hacía 1 año que había empezado a correr y, para mi sorpresa y envidia, ya andaba por los 20 kilómetros. Comentamos sobre el clima que más nos gustaba o preferíamos para correr, por dónde corríamos, el tiempo que hacíamos, y si escuchábamos música o simplemente dejábamos que la mente se liberara al correr. En fin, sobre el apasionante hecho de correr... Pero me dijo algo que produjo en mi un cambió de todos estos años de corridas. Me dijo, sin saber que quizás esta charla la recordaría para siempre, que podía correr más, que no pasar los 5 km era un límite mental. Me quedó retumbando en la cabeza. Es cierto, es un límite mental.

Ese día, a la tarde, hice 8 km. A los dos días hice 10 kilométros, y desde entonces no bajo de 10 km dirarios. ya llevo varias semanas así. Ahora me propuse ir por mis 15km sin parar. Vengo bien. Hago buenos tiempos. Tengo un promedio de 5.34 minutos por kilómetro. Y se me ocurrió escribir un nuevo blog sobre la sensación de correr y algunas historias o recuerdos vinculados con el hecho de correr que tengo aún en la memoria, antes que se esfumen. Claro, lo tenía en mente desde hace tiempo... incluso antes de conocer el libro de Murakami. Ya no seré original en la propuesta, pero espero que pueda volcar todo lo que me sucede cuando corro.