viernes, 22 de febrero de 2013

Corriendo enojado

Ese dia estaba muy enojado! Enojadisimo! Corrí 20 kilómetros sin parar. La temperatura estaba en los  30 y pico. Como era cerca del mediodía, el sol pegaba desde arriba y derecho. Salí desde La Barra de Maldonado, a unos 800 metros de ese puente que tiene como dos "jorobas de camello" bien pronunciadas. Y luego le pegué por la costanera derecho hasta la punta. De ida iba con ganas y con mucha fuerza. Tenía tanta bronca, estaba tan molesto, que los primeros 8 kilómetros ni los sentí. Me di cuenta que el dolor o el cansancio, se sienten más cuando uno les presta atención y las demás cosas pasan a segundo lugar. Del mismo modo, cuando la bronca o el enojo son el centro de la atención, lo demás también pasa a segundo lugar. Podía correr sin parar. Sin prestarle atención a las piernas o a la misma respiración.

Pasando el kilómetro 8, sentí que me hacía falta agua. Lo sentía! Nunca antes había tenido una sed tan desesperada. Nunca antes había sentido una imperiosa e impostergable necesidad de tomar agua. Y cuanto más pensaba en eso, más desesperado estaba. Se cruzaban muchas personas corriendo o en bicicleta, pensaba que alguien, por fin, llevaría agua en un pote o una botella de plástico. No pude más. Me metí en una de las torres que tienen vista al mar y entré a pedir agua. Pero nada. No conseguía que me trajeran ni un vaso. Disimulaba mi desesperación y me retiraba como comprendiendo las reglas de buen comportamiento y distinguido trato que les impedía servirme un vaso con agua (!). Hasta que encontré una canilla oculta en un costado de un edificio. Me avalancé desesperado. Sentía que nunca dejaría de tomar agua por el resto de mi vida. Me sentí cargado y pesado. Me mojé el cabello (el poco cabello que me queda) y la cara. Le di parejo nuevamente hasta la playa de los dedos, justo ahí donde desemboca Gorlero y comienza la punta.

Desde la barra hasta ahí, son exactamente 10 kilómetros. Di vuelta y emprendí el camino de regreso. Dicen los biólogos que cuando uno regresa, todo parece más rápido por el simple hecho de tener conocido el camino, que produce una sensación de regreso anticipado. Sin embargo, esta vez, todo parecía más lejano. Mis puntos de referencia me traicionaban. Cuando sentía que detrás de esa loma ya se venía enseguida la curva que desembocaba en el puente, aparecía una recta con otra loma en el fondo lejano. Y así tuve la sensación que la vuelta era más larga que la ida. Llegué como pude a La Barra. Crucé el puente con temor a que un baldosón saliera de su  lugar y cayera al agua desde esa altura. Llegué a la casa cansado, sediento y empapado en sudor. Me di cuenta que ya no estaba tan enojado como cuando partí. Pero al darme cuenta de ello, después del baño, volví a sentir ese enojo que me impulsaba a la ida. Creo que esa corrida me enseñó mucho de mi mismo.

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