miércoles, 30 de abril de 2014

La misteriosa Kumiko

Aquella noche, a oscuras en nuestra habitación, acostado junto a Kumiko, mirando el techo, me pregunté hasta qué punto conocía en realidad a aquella mujer. Las agujas del reloj señalaban las dos. Kumiko dormía profundamente. Envuelto por las tinieblas, pensé en los pañuelos de papel de color azul, en el papel higiénico con dibujos y en la ternera frita con pimientos. Yo había vivido todo aquel tiempo sin saber lo mucho que ella los detestaba. Estas cosas, en si mismas, eran naderías. Cosas tan triviales que daban ganas de echarse a reír. No era un asunto sobre el que armar un gran revuelo. En pocos días, sin duda, olvidaríamos por completo semejante tontería.

Pero a mi siguió preocupándome de una manera extraña.Como una pequeña espina clavada en la garganta que no deja vivir. "Quizás sea un hecho más crucial de lo que parece", pensaba. "Tal vez sea un hecho determinante. O tal vez, sea en realidad solo la entrada. Y tal vez, al fondo, se extienda un mundo que sólo pertenece a Kumiko, un mundo que yo todavía no conozco". Me lo imaginaba como una habitación enorme y oscura. Yo estaba en la habitación con un pequeño encendedor en la mano. Lo que alcanzaba a ver a la luz del mechero era apenas una pequeña parte de la habitación.

¿Lograría ver alguna vez el resto? ¿O envejecería y moriría sin llegar a conocerla bien? Si fuera así, ¿En qué narices consiste mi vida matrimonial? ¿En qué narices consistía mi vida, viviendo y durmiendo con una extraña?

Esto es lo que pensé entonces y lo que, desde aquella noche, seguí pensando de vez en cuando. Mucho después supe que en aquellos momentos me había introducido en el núcleo mismo del problema.

Extraido de Haruki Murakami: Crónica del Pájaro que da cuerda al Mundo, pp. 51-52,

domingo, 27 de abril de 2014

San Isidro

El auto quedó guardado, luego del choque. Así que mi ansiedad y angustia acerca de cómo resolver cada pequeña actividad de mis rutinas diarias (trabajo, tramites, hijos, colegio, hockey, natación, etc.) me impulsaron a correr. La semana pasada, esa angustía, me llevo al exceso. Y cada vez que me excedo corriendo, el fantasma del dolor en la planta del pié aparece. De modo que esta semana tuve que, si o si, parar un poco. Entre otras cosas, reemplacé correr todos los días por caminar aquellos recorridos que normalmente hacia en coche. Y salí a recorrer San Isidro, como cuando iba al colegio secundario. Fui a tarapia caminando, y aproveché a cruzar todo el centro de San Isidro a pié. Obtuve mi tarjeta SUBE, además para movilizarme en lineas de colectivo que ni sabía que existían (por cierto, que gran invento que me pasó inadvertido). Saqué un abono vecinal en el Tren de la Costa. En fin, me reorganicé.

De regreso de terapia, subiendo por Belgrano, antes de llegar a Cosme Beccar, me paré en "Coquito". Seguía ahí, en pié, sin tocar ni siquiera el cartel de la marquesina. Eso me transportó a mi infancia, digamos a los años 70 (uf! que viejo estoy!). Me acordé de algunas rutinas semanales que mi padre tenía. Terminaba de almorzar antes de las 14:00 para ir al "Bank of América", cuya sucursal estaba en San Isidro, sobre la galería de la calle Belgrano. A mi me parecía igual que ir al microcentro. Llegábamos, estacionábamos donde podíamos (porque siempre en San Isidro había mucho tránsito). La cola del Banco para hacer depósitos o pagar cuentas era inmensa, pero era menor que la del Banco Provincia, decía siempre mi padre. Y por esa razón, prefería ir al BoA. A mi me parecía interminable, pero me gustaba acompañarlo. Algunas veces, si el apuro de ir al banco era mayor y no hacíamos tiempo a almorzar, caminábamos hasta "Coquito" a comer panchos. Las distancias me parecían grandes. Mi papá siempre me decía que eran los mejores panchos del mundo. Y, para mi, eso no podía ser de otra manera. Tenían una técnica especial: el pan siempre estaba un poco húmedo con el vapor que salía de la cocción de las salchichas.

Unos segundos después de acordarme con lujo de detalles las ida al "BANK of America", regresé al 2014. Me quedé parado en la puerta, dudando. Creo que en mi cara había una sonrisa, pese a que en esa sesión de terapia de la que venía de regreso había llorado mucho. Una señora sentada frente al viejo mostrador de estaño, me miró y me dijo: "Hay lugar, acérquese. No se quede en la vereda". La señora se limpió la boca suavemente con una servilleta de papel. Mientras ella lo hacía y acomodaba su bolso, me acerqué tímidamente al mostrador y le pedí, con voz un poco dudosa, "un pancho, por favor" al que atendía. Noté que había una generación nueva al frente del comercio. Ya no era el señor canoso con voz ronca, de tanto fumar cigarrillos negros (quizás 43/70 o Imparciales). Había tres personas atendiendo, un varón y dos mujeres. Todos probablemente menores que yo. Me acercaron el pancho en un plato pequeño de metal liviano, le puse un poco de mostaza y con mucho pudor empecé a comer. Cuando lo saboreé, cerré los ojos casi imperceptiblemente, y el lugar me volvió a parecer gigante. Fue una sensación extraña.

San Isidro ahora está varias veces más intransitable con el auto. El crecimiento del parque automotor se nota. Nunca encuentras lugar para estacionar, ni siquiera en los estacionamientos pagos. A medida que caminas esas cuadras que van del Alto al Bajo, el paisaje va cambiando, pero es continuo. Calles peladas, sin Arboles, llenas de comercios de todo por un peso, lentamente se transforman cuando cruzan el mástil de Acassuso, donde se bifurca Belgrano en 9 de Julio, en calles con sombra tapadas de tupidas copas de árboles y veredas repletas de mesas de café. Al menos a mi, me parece que San Isidro sigue teniendo esa mezcla del cocoliche popular de algunos negocios, como el de Coquito, combinada con la elegancia aristocrática de los socios de sus clubes de Rugby que toman café en la vereda. En una época, el colegio Nacional reflejaba esa combinación multiclasista en el Aula.

Seguí caminando rumbo al bajo, me senté a leer "Crónica del Pájaro que da Cuerda al Mundo", en el café Martínez que está en la esquina de Chacabuco y Belgrano. Mi angustia iba transformándose en otra cosa y lentamente se ordenaba en una mezcla de pasado y futuro secuencialmente. La incertidumbre se desvanecía y los efectos de la sesión de terapia del mediodía iban acomodándose. Y el dolor del pié... ah! El dolor del pié. Me había acordado que me dolía el pié.

miércoles, 16 de abril de 2014

I crashed my car into the bridge

Ayer choqué en Av. General Paz. Destrocé la parrilla y las ópticas del auto, contra un camión Mercedez Benz duro como una roca. El capot quedó arrugado cual papel tirado a un cesto de basura. Además, de atrás, un Chevrolet Astra, imposible de frenar. Estaba en uno de esos puentes de esa Avenida (I crashed my car into the Bridge). Lo llevé al seguro como pude para una inspección. Iba a 60, el capot se levantaba por el viento. Llegué al seguro. La noticia: no estaba cubierto (I don´t care).

A la noche mientras regresaba de la Universidad, tuve una mediana charla de definiciones, dolorosas, pero agradecida. Quizás una charla que necesitaba. Un cierre, o una apertura, o lo que fuera. Una charla, al fin y al cabo que me oriente donde estoy.

Muy a la noche, ya estando en mi departamento, por talk me entra una conversación. Y me dicen: "Bueno, mejor así. Quizás ahora puedas mirar para adelante". Toda una metáfora del choque y de la charla. ¿Habré chocado porque no puedo mirar para adelante? Tema de psicólogo, seguramente. Todo como la canción de Icona "I Love it"







martes, 8 de abril de 2014

Los "Famosos"

No se si soy yo, que estoy pendiente o la casualidad. Lo cierto es que frecuentemente cuando corro me encuentro con algún famoso. Hoy, hacía un trote suave, y bordeando el tren de la costa cruzando Perú, allí donde hace poco quitaron una tapia y se ve, imponente, un condominio lujoso, lo vi a Pancho Dotto cruzarse en mi trayectoria. El tipo es muy alto, me sorprendió. Pero eso no es nada. Recuerdo que varias mañanas, corriendo por el hipódromo de San Isidro, solía cruzarme a Noel Barrionuevo, la defensora de Las Leonas. Un tanto más flaca de lo que aparenta en la tele.

Al que siempre me cruzaba era a Luis Islas, quien tenía un grupo de personas a las cuales entrenaba. Una vez, incluso, pasaba por la puerta de mi casa y salí a saludarlo. Las vueltas de la vida! Ahora nos vemos (ocasionalmente) en la puerta del jardín de mi hijo más chico, que es compañero de su hija. Pero quizás el encuentro más sorprendente fue con Andrea Frigerio, en Martínez. Si señores!!! Aunque recuerdo que en esa ocasión no pude recordar su nombre, aunque si recordaba su rostro inconfundible. Me sorprendió cuan bonita y joven lucía, pese a que la recuerdo ya una persona grande en los años 90´s.

Hace un tiempo ya, cuando vivía en México, me crucé a una dupla imparable: Luciano Figueroa y al Chelito Delgado. Me llamó la atención lo jóvenes que eran. Tan es así, que Luciano Figueroa estaba con sus padres. Hablando de deportes: al que cruzo siempre en el Cotto del bajo de San Isidro, es a Daniel Arcuchi que corre, también, por mi circuito. No es tan famoso, pero como lo escucho a veces en la radio, pues... lo anoto. Al que me crucé en mi ruta habitual del Tren de la Costa, también hace poco, fue a Roberto Caballero, el ex director de Tiempo Argentino. Iba caminando, casual, muy tranquilo. Y también en esa ruta, llegando al final del recorrido de ida, donde solo queda mirar desde lejos la silueta de Buenos Aires, me topé con Rafel Ferro. Lo saludé como si fuéramos vecinos, con un toque de "cholulismo" que se trasluce en este texto. Ah! Y como en los últimos meses telefé está filmando justo en mi circuito, en el cruce de Del Barco Centenera y Lasalle, me cruzo con el elenco entero de Señores Papis (comentario bastante cursi, este).

Ya no digo corriendo, pero si volando, tengo encuentros más notables. Recuerdo un vuelo en USA, que subí junto a Joseph Stiglitz, premio Nobel de economía. Y mucho más impresionante fue viajar, por casualidad en primera y estar sentado detrás de Gustavo Ceratti, que regresaba de Santiago de Chile junto a una joven, también famosa, pero que no recuerdo su nombre.

En fin, nomás quería dejar constancia de estos encuentros a las corridas, y aprovechar para contar algo ahora que retomo con ritmo, constancia y rutina mi entrenamiento.